
Sirenas y tritones en el encuentro de dos mundos
Hoy en día resulta difícil de imaginar que un hombre de ciencia como Cristóbal Colón pudiera creer en relatos que hoy reconocemos como fantásticos, pero vayamos atrás en el tiempo para hurgar en la forma de pensar que privaba en aquella época.
De acuerdo con las crónicas de viaje del propio Colón, algunas semanas después de partir del puerto de Palos, la tripulación comenzó a manifestar sus temores, en el sentido de que preferían regresar a España antes que enfrentarse a la posibilidad de perderse sin rumbo en el océano y morir de hambre o devorados por horrendas criaturas. Pero antes de que aconteciera un motín de la tripulación, en la madrugada del 12 de octubre, el marinero sevillano Rodrigo de Triana emitió la voz de ¡Tierra a la vista! Finalmente, después de 68 días de travesía, los expedicionarios comandados por Cristóbal Colón habían llegado a lo que creían que era su destino: las Indias.
El descubrimiento de América, también conocido como encuentro de dos mundos, estimuló al máximo la ambición y la imaginación de exploradores marítimos, que se lanzaron a la búsqueda de seres y sitios fantásticos, que formaban parte de los relatos de viajes de Marco Polo y otros viajeros y, claro está, de la Biblia.
Según el Génesis, el Edén era un paraíso terrestre creado por Dios para el hombre, donde vivían Adán y Eva en una dichosa inocencia. Tras cometer el pecado original Dios los expulsó y envió a sus querubines, de modo que nadie pudiese disfrutar de los frutos del Árbol de la Vida y, por tanto, lograr la inmortalidad.
La Biblia situaba el paraíso terrenal entre los ríos Eufrates y Tigris, de lo que se deduce que el legendario paraíso de los judíos tenía un origen mesopotámico.
El Paraíso terrenal, según Cosmas Indicopleustes -marino y escritor griego de Alejandría-, y otros autores y viajeros clásicos, se encontraba situado más allá del Océano, donde los hombres vivían antes del Diluvio y donde salió el Sol el primer día de la creación.
Pues bien, Cristóbal Colón creyó, en 1498, haber llegado a las puertas del Paraíso terrenal, al llegar al delta del Rio Orinoco, en la actual Venezuela. Observó –erróneamente-una diferencia entre la posición de la estrella polar al anochecer y al alba, lo que le hizo pensar que en aquellas latitudes describía aparentemente un mayor recorrido celeste, debido a que la estrella se hallaba más cerca. Lo cual se explicaba por un abombamiento de la Tierra al Sur del Trópico de Cáncer y al Oeste del Atlántico, en cuyo punto más elevado se hallaría el Paraíso.
Uno de los cuatro ríos bíblicos que de este manaba, debía de ser el que desembocaba en el Golfo de Paria, es decir el Orinoco, haciendo dulces sus aguas. Había estado pues en las puertas del Paraíso y a ello se debía el suave clima, la verde vegetación y la índole de los habitantes de aquellas tierras, más blancos, ingeniosos y valientes que los de las Antillas.
Siguiendo relatos caribes y sus lecturas de Marco Polo, Colón creyó encontrar a las Amazonas durante su primera navegación en la isla Matininó (identificada como la isla Guadalupe), e incluso dice haber visto a diez de ellas, “de singular denuedo y robustez; gruesas por extremo y sin embargo agilísimas.”
Las sirenas y los tritones abundaban en los mares americanos, según los relatos de quienes pretendieron haberlas visto. En América, Colón fue el primero en avistar “tres sirenas que salieron bien alto de la mar, pero –añade desencantado-, no eran tan hermosas como las pintan”.
El almirante de la Mar Océano y varios contemporáneos, así como también Hernán Cortés, buscaron las bíblicas tierras de Ofir y de Tarsis, en donde Salomón se proveía en la Antigüedad de oro, plata, marfil y pavos reales. Colón creyó encontrarlas primero en La Española y luego en Veragua o en la actual Costa Rica.

Los relatos de Colón
Pues bien, estos son solo algunos de los relatos de viaje de don Cristóbal, en que declara su emoción por haber encontrado sitios maravillosos que figuran en los relatos bíblicos o seres fantásticos de la literatura de su época.Para nosotros, lectores curiosos del siglo XXI, resulta una experiencia de gran valor enterarnos hasta qué punto la sociedad europea, en tiempos de Colón, daba por ciertos relatos carentes de cualquier sustento racional y científico, con lo que sin duda nos acercamos un poco a conocer la mentalidad que privaba en los europeos de los últimos tiempos de la Edad Media.