Carmen Serdán y los inicios de la Revolución Mexicana

El 18 de noviembre de 1910, dos días antes de la fecha señalada para el inicio de la revolución, la casa de los hermanos Serdán, en la ciudad de Puebla, fue asaltada por varios cientos de policías y elementos militares. Durante más de cuatro horas, los insurgentes resistieron con tesón y valentía. En medio de la batalla, Carmen Serdán salió al balcón y arengó a las personas que se encontraban en los alrededores, diciéndoles:

“¡Vengan, por ustedes lo hacemos! ¡La libertad vale más que la vida! ¡Viva la no reelección! ¡Viva Madero!

Y antes de que los atacantes reaccionaran e hirieran a la revolucionaria, uno de los defensores de la casa la tomó del brazo y la introdujo en una habitación. Los revolucionarios murieron en el asalto, sobreviviendo solamente Carmen, su madre y su cuñada Filomena, quienes fueron recluidas en una cárcel.

Pero, ¿quién fue esta mujer que empuñó su rifle en la primera batalla de la revolución y logró sobrevivir? ¿Cómo es que se involucró en la lucha revolucionaria, en una época en la que las mujeres se encontraban imposibilitadas de participar en la vida política? Veamos:

Hija de un rico comerciante, Carmen Serdán nació en la ciudad de Puebla en 1875. Tuvo una infancia feliz a lado de sus padres y de sus hermanos Aquiles, Natalia y Máximo, aunque debido a la prematura muerte de su padre, la familia perdió sus posesiones por lo que ella y sus hermanos tuvieron que trabajar desde muy jóvenes y sufrir privaciones.

En 1910, Carmen y su hermano Aquiles se unieron a la candidatura presidencial de Francisco I. Madero, organizando clubes antirreleccionistas con este fin, en la Ciudad de Puebla. Sin embargo, Madero fue encarcelado por el régimen, motivo por el cual Porfirio Díaz logró reelegirse después de más de tres décadas de ejercer la presidencia. Tras de lograr su libertad, Madero convocó a emprender la revolución.

En estas circunstancias la familia Serdán se abocó a organizar la lucha revolucionaria en su estado, convirtiendo su casa en la Calle de Santa Clara, en un auténtico cuartel revolucionario.

Debido a que la policía sospechaba de la familia Serdán, Carmen, su hermana Natalia y otras jóvenes mujeres, eran las encargadas de transportar los fusiles y la pólvora desde los lugares donde las adquirían, ya que para la policía de aquellos años era impensable que una mujer realizara actividades clandestinas y riesgosas.

De acuerdo con los testimonios existentes, Carmen y las demás revolucionarias ocultaban rifles bajo sus abrigos y caminaban frente a los policías, sin que estos se atrevieran a revisarlas. Años después, Carmen solía contar que una de sus actividades cotidianas era transportar pólvora en pequeños sacos de tela, como si se tratara de harina, desde una ferretería cercana hasta su casa, y que en una ocasión, un soldado se acercó a ella en actitud galante ofreciéndole ayudarla con su carga, a lo cual Carmen se negó repetidamente.

Sin embargo, en una ocasión, fue tanta la insistencia del policía, que Carmen le entregó el saco que cargaba. Como sospechara que se trataba de pólvora, al llegar a su destino el policía hizo un corte de navaja al pequeño saco, llenando de harina el pantalón del policía, que tuvo que retirarse lleno de pena y no volvió a galantear con Carmen.

El 17 de noviembre de 1910, Aquiles fue avisado de que la policía y el ejército realizarían un cateo al día siguiente en la casa de su familia, por lo que debía de intentar ocultar las armas o simplemente huir. No obstante, Aquiles y una veintena de revolucionarios decidieron permanecer en la casa y enfrentar a los policías. Es por ello que, el 18 de noviembre a las 6 a.m., la policía emprendió el asalto a la casa. Durante cerca de 4 horas, unos doscientos policías y soldados vaciaron su metralla sobre los revolucionarios, que fueron cayendo uno a uno.

Cuando ya casi todos habían muerto, Carmen convenció a Aquiles de que se escondiera en un diminuto cuarto, que se encontraba oculto bajo el piso del comedor de la casa. Un poco después los soldados entraron a la vivienda, apresando a Carmen, a su madre y a su cuñada Filomena, esposa de Aquiles, enviándoles a una cárcel.

Durante horas, los policías registraron y destruyeron la residencia en busca del dirigente, hasta que, agobiado por la falta de aire y la imposibilidad de movimiento, Aquiles salió de su escondite y fue inmediatamente asesinado por una de los guardias.

Durante algunos meses, Carmen Serdán permaneció presa. Sin embargo, desde su confinamiento, continuó apoyando la lucha al presidir una junta revolucionaria. Y al concluir el movimiento armado vivió modestamente desempeñando un trabajo de bibliotecaria y dedicándose a cuidar a sus sobrinos huérfanos, hasta su muerte en 1948.